El turismo fue la gallina de los huevos de oro que encontró el franquismo a finales de los años 50 y que, en los años 60, fue parejo al desarrollismo. El régimen encontró una fuente de divisas que compensó, con mucho, la escasez de fuentes de energía y la alta factura petrolífera para equilibrar una balanza comercial muy deficitaria.
Si la civilización entró en España por el Mediterráneo con los fenicios, griegos y romanos, también por el Mediterráneo entró la modernidad de las mentes tan anquilosadas de la época: suecas, bikinis, discotecas... ¡Spain is diferent! decía el flamante ministro de Información y Turismo Manuel Fraga Iribarne. Y es que no faltaban alicientes para los tres tipos de turismo.
El clima mediterráneo, de veranos cálidos y áridos, era de lo más propicio para atraer a los turistas del norte de Europa al turismo de sol y playa. La seguridad y los precios bajos de un país en vías de desarrollo hacían de España un país apto para el turismo de clases obreras británicas, alemanas, francesas y del norte de Europa en general. Un turismo de masas, sucio y de poco gasto en localidades mediterráneas: Benidorm, Marbella, La Manga, Salou, Mallorca, Ibiza ... o lo que es lo mismo, las costas: del Sol, Blanca del Azahar o costa Brava. Las playas del Cantábrico y del Atlántico quedaban al margen de las masas (Rías Bajas de Galicia, Santander, San Sebastián) y seguían su tradición de turismo nacional de alto poder adquisitivo: el clima oceánico húmedo no atraía a los nórdicos.
Por su parte, se desarrolló algo más tarde (desde los años 80) el turismo de montaña y ecológico, con un turista nacional, algo más culto, de todo tiempo: esquí invernal en Sierra Nevada o Pirineos, y el naciente senderismo (desde los años 90) por las zonas de montaña y lugares ecológicos: Parques Nacionales, Naturales, Reservas de la Biosfera...
En última instancia mencionar el turismo cultural. Se desarrolla (como el de montaña) a modo de alternativa al de masas y de costa. Es de todo el año y, a pesar de ser sobre todo nacional, atrae, cada vez más, al turista extranjero culto: ciudades monumentales de gran interés histórico-artístico, Patrimonio de la Humanidad, rutas culturales, etc. Citar las ciudades alrededor de Madrid (Salamanca, Segovia o Toledo), ciertas andaluzas (Sevilla, Córdoba o Granada), algunas repartidas por el territorio (Barcelona, Zaragoza o Mérida), así como rutas de tipo mixto cultural y deportivo: sobre todo el Camino de Santiago.
Manuel Fraga Iribarne también desarrolló el turismo de alto nivel en los Paradores Nacionales de Turismo, que había nacido ya antes de la guerra civil. Fue en estos años cuando aparecieron por casi toda la geografía española. Hoy siguen surgiendo nuevos paradores y lo hacen según tres criterios.
Paradores en localidades con encanto histórico artístico y en edificios singulares y con historia: Palacio de los Reyes Católicos (Santiago de Compostela), convento de San Marcos (León), etc.
Paradores en ciudades, también con interés histórico o no, pero en edificios modernos o convencionales, bien situados y cercanos al centro urbano: Salamanca, Alcalá de Henares, Ceuta, etc.
Por último, paradores interesantes por estar situados en zonas especialmente atractivas por su medio natural o de costa: paradores de Canarias, Benicarló, Gredos, Vielha, etc.