Desde el tiempo de los faraones la búsqueda de las fuentes del Nilo siempre fue un misterio. Hasta mediados del siglo del XIX (1862) no se logró descifrar, situándolo en el lago Victoria. En los años 61a 63 d.C., reinando el emperador Nerón en Roma, se organizó una expedición que partió de Syene -hoy Asuán- con rumbo al sur o río arriba. Tras sobrepasar los límites meridionales del dominio romano se adentraron en un territorio descarnado y desértico. Hubieron de remontar seis cataratas hasta llegar a la ciudad de Meroe, por lo que debían de desembarcar y llevar sus pertrechos en duras marchas de remontada. Meroe era la capital del reino kushita -con una importante necrópolis- y situada a unos mil kilómetros al sur de Syene. Tras descansar como huéspedes de la reina Amanikhatashan volvieron a emprender la marcha. En la actual ciudad de Jartum el Nilo se bifurca. Optaron por seguir el curso que venía del suroeste, es decir, desecharon el actual Nilo Azul y siguieron por el Nilo Blanco, verdadero curso que viene desde el lago Victoria. Poco a poco se encontraron en un curso pantanoso, sin cauce fijo, muy difícil de transitar. Una cascada les hizo creer que era la fuente del río, por lo que decidieron regresar. No contaron con que estaban aún a unos mil kilómetros del lago. Era la expedición que más cerca estuvo de descifrar el enigma, algo loable en aquellos tiempos con material poco favorable.
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