Las civilizaciones griega y romana son la expresión de la cultura clásica, gran aportadora de los elementos de la actual civilización occidental. La Roma republicana, tras derrocar a la monarquía, inició la expansión por el mar Mediterráneo. En un primer momento hubo de enfrentarse a los cartagineses (guerras púnicas, siglo III a. C) por las que se erigió como la potencia hegemónica en el Mediterráneo occidental. Tras ello, se expandió a costa de su admirada Grecia, por el este.
En el siglo I a. C, tras el asesinato de Julio César, su sobrino Octavio Augusto acabó con la República e implantó el Imperio. El primer emperador pacificó el norte de Hispania y anexionó Egipto, pero fracasó en Germania (desastre de Teotoburgo).
Ya en nuestra era, sus sucesores fueron incorporando al Imperio: Britania, Mauritania y, sobre todo, Dacia, ocupada por el emperador hispano Trajano. Roma alcanzaba su máxima expansión y apogeo.
Sin embargo, a inicios del siglo III, comenzaba una crisis estructural imparable que llevaría a la parte occidental del Imperio a su quiebra definitiva. Las fronteras (limes) de los ríos Rin y Danubio era sistemáticamente traspasadas por las correrías de pueblos bárbaros germánicos. La situación, cada vez más insostenible hizo que a inicios del siglo IV el emperador Constantino llevase la capital de Roma a Bizancio (Constantinopla) y que, a finales del mismo, el emperador Teodosio se decidiese por dividir el imperio en dos mitades, oriente y occidente, entre sus dos hijos. Honorio quedaría con la parte ya en decadencia imparable: Roma, mientras Arcadio heredaba la parte próspera, el llamado Imperio Bizantino, que resistiría los ataques musulmanes de árabes y turcos hasta su caída en 1453.
En el año 476, Rómulo Augústulo, era depuesto por los hérulos. Era el último emperador romano. Occidente se sumía en una larga noche o Edad Media de más de medio milenio de duración.
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