Tras la invasión árabe del año 711 se formó un grupo de núcleos de resistencia cristiana en el extremo norte peninsular. Uno de ellos fue el pequeño reino asturiano, entre el mar Cantábrico y los Picos de Europa, más tarde extendido hacia sus extremos este y oeste. Sus respectivos reyes fueron creando un territorio que hubo de resistir hacia el siglo X los ataques más fuertes por parte de los ejércitos cordobeses. En Oviedo se estableció su capital. En el entorno de la corte ovetense, así como en otros rincones del reino, surgió un tipo de arte que, por su cronología y características fundamentales, se inserta dentro del arte prerrománico peninsular, junto al arte mozárabe y el -ya muy lejano en el tiempo- arte visigodo.
Oviedo es el principal núcleo de obras de este arte: Santa María del Naranco, anteriormente palacio real, San Julián de los Prados o San Miguel de Lillo, entre otros, son sus principales ejemplos. Algo más al sur encontramos San Cristina de Pola de Lena. Al oeste destaca Santianes de Pravia y, al este el núcleo de Villaviciosa, con el templo de San Salvador de Valdediós como ejemplo más destacable.
Santa María del Naranco (Oviedo)
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