Zhu Yuanzhang, rebelde contra el dominio mongol, conquistó Nankín en 1356 y controló el sur de China. Poco después, en 1368 tomó Pekín, se autoproclamó emperador y fundó la nueva dinastía Ming. En 1371 prohíbe a los chinos viajar al
extranjero, iniciando así una etapa de aislamiento voluntario frente al exterior.
En 1421, el segundo emperador –su hijo Yongle-, trasladó la capital de Nankín a Pekín,
reafirmando el aislamiento frente al exterior, para centrarse en el comercio
interior y la autosuficiencia. Organizó un buen sistema de comunicaciones en
todo el imperio. En el siglo XV hubo un crecimiento demográfico constante, duplicándose la población entre 1450 y 1580.
También Yongle construyó una poderosa flota, con la que se realizaron siete expediciones al mando del almirante Zheng He al sur de Asia y
costa índica de África. Sin embargo, estos viajes no tendrían continuidad. China renunció a las expediciones.
A pesar de la prohibición, en
1520 se dio el primer contacto comercial con los portugueses, los cuales, en 1557, toman
Macao. En 1622 los holandeses toman Formosa. Ambas potencias europeas, junto a España, desde las islas Filipinas, tendrán un comercio con China. España, a través del Galeón de Manila, lograba el ansiado comercio con Asia.
Desde 1520 los piratas wako -japoneses-
saquean las costas chinas y más tarde, en 1552, asedian Nankín. Más tarde, el estado japonés
ataca China desde Corea hasta 1598, fecha en que fueron repelidos los ataques. También los mongoles intentaron
una invasión en 1550.
Estas guerras trajeron malas
cosechas y pestes que asolaron el país, inicio de la decadencia de la China Ming. Desde 1627 empezaron fuertes
disturbios sociales ante la carestía.
Los manchúes, pueblo del norte de
la muralla, orquestaron la rebelión de 1621 que acabó en 1644 con la muerte del
último emperador al caer Pekín. Los manchúes fundaron su dinastía: Qing.